segunda-feira, 16 de março de 2009

TRIUNFO EN EL SALVADOR

16/3/2009

Domingo rojo

Carlos Molina Velásquez (*)
Esperanza en los salvadoreños por el cambio
SAN SALVADOR - Mi hijo mayor adora el rojo. Es simple, le gusta. Para mí hay algo más: la historia de mi país está teñida de rojo, no el de los himnos sangrientos, sino el de los corazones rebosantes de generosidad y esperanza.
El rojo de este domingo que acaba de finalizar recuerda también a los miles y miles que nos precedieron en las luchas. Muchos cayeron. Algunos, como mi padre, no vivieron suficiente para ver las banderas victoriosas y la alegría de mi pueblo, tanto tiempo contenida.
El rojo es asimismo el color de los mártires. Los que fueron asesinados y testificaron con su sacrificio; los que sembraron con lágrimas el camino de la esperanza. No olvidemos que a ellos les debemos un poco más de hermandad y una parte esencial de nuestra humanidad
Tomándome más libertades, quiero pensar también que en el rojo confluyen los colores: el verde, el amarillo, el azul, el blanco. Esta dulce y alegre victoria que ahora se baila en las calles de San Salvador es más hermosa porque no sólo somos más, sino que somos diversos.
Esta diversidad es la que luchó para que Mauricio Funes fuera presidente de todos los salvadoreños. Y la izquierda debe trabajar para que este país sea verdaderamente un país de todos. Parafraseando a un buen amigo mío, el país debe ser entregado a su verdadero dueño: el pueblo salvadoreño.
¿Logrará Funes lo que se propuso? ¿Cumplirá sus promesas? ¿Podrá el Frente “enfrentar” los retos del gobierno? Son preguntas válidas, pero que podrían replantearse de manera, creo, más constructiva: ¿Cuál es el aporte que yo daré a Funes? ¿Qué puede esperar de mí el FMLN? ¿Qué puedo hacer por mi país?
Si queremos que haya un cambio de verdad, debemos ser sujetos activos y no sólo quedarnos a esperar o, peor aún, que “esperemos quedar”: en algún puesto público o en alguna jugosa “plaza”.
Como en la canción de Silvio, la fiesta no cesa sino que sigue acompañando un trabajo que también es constante, que es compromiso y vocación. El triunfo de Funes es una llamada clara a la acción concreta, a la buena disposición, a la ayuda generosa y oportuna.
En El Salvador —el de aquí y el de más lejos— hay grandes tareas, pero también hay muchos recursos. Hay jóvenes profesionales, hay técnicos e ingenieros. Artistas, académicos, intelectuales. Diversas “competencias”, ideas variopintas, palabras que iluminan y manos diestras. ¡Que todas den ahora “un paso al frente”!
Pero cuando me refiero al aporte que debemos dar no pienso que se trata de una colaboración “desinteresada”, ya que se centra en el legítimo interés del mayor bien para el mayor número, comenzando por los más pobres. Y esto es así, precisamente, porque Funes no habría vencido sino fuera por el trabajo que realizan quienes son impulsados por algo más que la ganancia particular y el odio visceral.
No había pasado media hora desde la proclamación del triunfo y ya había analistas dando por descontado que “los políticos de izquierda” representan a una clase política igual de despreciable que la misma derecha. Tal cosa pudiera ser cierta, pero está lejos de ser un pronóstico medianamente útil. Es más, dudo que sea siquiera un pronóstico o algo más que una mera pose pseudointelectual.
Para nada se trata de que Funes y el Frente obtengan un “cheque en blanco”. Pero tampoco tiene mucho sentido convertir una gestión que aún no se realiza en un “fracaso anunciado”, sólo porque hay quien piensa que la nueva opción no pasa de ser “un partido como todos”. Si el pueblo dio un voto de confianza, ¿qué impide a los analistas hacer algo similar?
Eso sí: el Frente y Mauricio deben cuidarse de los muros y las cámaras acorazadas, pues así se genera resistencia a la crítica y una actitud de sordera frente a las propuestas. Esta izquierda que los ha puesto en el gobierno es la misma que no dejará de recordarles las razones por las que se les ha colocado precisamente en ese lugar.
Ahora bien, si en verdad es el tiempo de la izquierda, más vale que todos los que nos consideramos izquierdistas vayamos pensando cuál será el aporte concreto que brindaremos, no porque obtengamos algún “beneficio”, sino porque ya es hora de pensar nuestro trabajo a la luz de un nuevo paradigma que tenga como principal objetivo el bienestar para todos.
Ya es hora de dejar atrás el rojo del crepúsculo y avanzar hacia el rojo del amanecer. Luzcamos orgullosos el color que nos recuerda el compromiso adquirido, para que el domingo que se escribió la historia sea también el domingo en que el cambio y la esperanza llegaron a ser tarea de todos.
(*) Filósofo y colaborador de ContraPunto
MIEMBRO DE LA RED UNIVERSITARIA "SIMÓN RODRÍGUEZ"

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