quinta-feira, 2 de abril de 2009

Fabricando los ladrillos del Socialismo en el siglo XXI: La Revolución Personal de la Política

Fabricando los ladrillos del Socialismo en el siglo XXI:
La Revolución Personal de la Política
Antonio Salamanca Serrano[1]

Publicado en aporrega.org, el 22 y 23 de marzo, 2009

Los manuales de Teoría Política burguesa, con frecuencia carecen de un capítulo destinado a la dimensión personal de la política. Sin embargo, para la consolidación del Socialismo del siglo XXI en Venezuela la praxis política revolucionaria tiene que escribir un capítulo, tiene que fabricar unos ladrillos fundamentales: los ladrillos del Hombre Nuevo. En el discurso de celebración de victoria del pasado 15 de febrero de 2009, el presidente Hugo Chávez señaló, entre los objetivos políticos para los próximos cuatro años, la lucha contra la corrupción para ir alumbrando las mujeres y los hombres de la Nueva Humanidad. Para orgullo de Venezuela, vigorosos retoños le brotan a su linda tierra en esta primavera bonita. Agua de riego para todos ellos quiere ser este artículo.

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Lenin reconocía, a la altura de 1918, que “[l]os ladrillos que han de servir para construir el socialismo todavía no han sido fabricados”[2].El proyecto político del Socialismo del Siglo XXI (Ss21), además de la construcción de la sociedad socialista, es la creación del Hombre Nuevo (HN), mujeres y hombres de vida[3]: socialistas. Es la dimensión personal de la Política de la Revolución. En sentido general, ser socialista es ser un humanista, internacionalista revolucionario[4]. Sin esta revolución, el alumbramiento de la Sociedad Nueva no dejará de ser un simple deseo. Deficiente Ciencia y Filosofía Política, como ineficaz praxis política podrá hacerse, si no se aborda el parámetro de la revolución moral personal como asunto esencialmente político. La Revolución Política es ecológica y comunitaria, pero también es personal; es un proceso de revolución personal (lo que las religiones llaman conversión); y un proceso de revolución ecosocial[5]. La revolución política del Hombre Nuevo es una revolución política de la praxis personal: una revolución materialmente espiritual, una revolución materialmente moral, una revolución permanente durante toda la existencia de la persona, una revolución intergeneracional. Frente a una política de lo subjetivo sin sujeto (Althusser)[6], aquí se reivindica una política de la materialidad revolucionaria personal[7]. De la persona concreta, con sus necesidades materiales, su lugar de nacimiento, su nombre y apellido, y su historia. La revolución de la praxis personal resulta imprescindible para el triunfo hegemónico en el tiempo de la revolución política de los pueblos. No sea que, como dice Bartolomé de Las Casas, “[e]l hambre y el frío fuerzan al hombre meterse por casa de su enemigo”[8]. A continuación reproducimos un texto del mismo Bartolomé de Las Casas —por cuya extensión pedimos disculpas al lector— que resulta bastante ilustrativo del papel que juega la revolución personal para asegurar el triunfo de la praxis política revolucionaria:

Cuenta Bartolomé de Las Casas, que en 1511, durante la Conquista de la isla de Cuba, a la llegada de Pánfilo de Narváez a la provincia de Bayamo, con 25 hombres y una yegua, habiéndose extendido la noticia de la quema del cacique Hatuey, “Juntáronse de toda la provincia cerca de 7.000 indios con sus arcos y flechas, desnudos en cueros, porque, como en esta isla, desnudos vivían, según lo acostumbraban comúnmente los de las tierras calientes en estas Indias. Vinieron sobre Narváez y los suyos una noche, después de la media pasada, lo cual pocas veces los indios destas islas hacían; hiciéronse dos partes, ordenando que la una entrase en el pueblo por un lado y la otra por el otro, y del buen recaudo de los españoles hallaron durmiendo las velas o espías; y fué cosa graciosa que, por cudicia de robar el hato de los españoles, que no era otro sino vestidos (porque siempre los indios desque vinieron a los españoles vestidos, siempre cudiciaron vestirse), no aguardaron el tiempo y sazón que concertado habían, y así la una parte o escuadrón dióse más priesa por robar que la otra, y entra en el pueblo dando grita sin ser sentidos. Despertó Narváez atónito, que a sueño alto dormía, y los demás que no tenían para dormir menos brío; entraban los indios en los bohíos o casas de paja, y topaban con los españoles; ni mataban ni los herían, sino curando de apañar ropa, era todo el fin que cada uno pretendía…sube Narváez en ella [una yegua] descalzo…y echa un pretal de cascabeles en el arzón de la silla; y no hizo más que arremeter por la plaza una carrera, sin tocar en ningún indio, porque en sintiendo que salía con la yegua, todos se habían por el monte…que no pararon, hombre ni mujer ni hijos, huyendo, hasta otra provincia llamada Camagüey. Por manera que, por adelantarse a robar la ropa de los españoles, no guardando la orden y tiempo y sazón que los capitanes habían ordenado, perdieron su negocio e intento los indios, porque si juntos, a una, dieran en el pueblo, hecho fuera de Narváez y de sus 25; no debe ser aquel caso el primero que en el mundo ha acaecido, conviene a saber, perder las batallas por robar los despojos la gente de guerra, y sí por mala cudicia”[9].

El contenido de la revolución del HN es la revolución moral personal. Esa revolución moral personal, como Engels y Lenin bien entendieron, es una lucha en los tres frentes de la praxis personal: el saber, el tener y el poder[10]. De hecho, para K. Marx, la historia nunca fue tan automática “como para que lo llevara a abstenerse de sus actividades en la Primera Internacional, o de la lucha de clases a nivel teórico”[11]. El proceso revolucionario, en línea con Gramsci, tiene como actores a mujeres y hombres con intelección, sentimientos y voluntad. Las condiciones históricas de las fuerzas productivas en crisis pueden encontrar a un proletariado cosificado, dominado; o a pueblos conscientes, sintiendo la humanidad en sus carnes, y organizados revolucionariamente. En este último caso, serán determinantes las fuerzas de los miembros de los pueblos: fuerzas de su autoconsciencia, homogeneidad y organización. Esto es, será decisiva la revolución moral personal y comunitaria.

Si en la tradición marxista, en 1868, se había vinculado el problema de la independencia con la cuestión social de la esclavitud; en 1895, el problema de la independencia con el de la tierra; en 1925, la necesidad de combatir la dominación imperialista con el problema de la tierra y con la lucha por la liberación de la clase obrera contra la opresión burguesa[12]; desde 1959, la revolución socialista queda vinculada con la revolución moral del Hombre Nuevo. “Los códigos, los sistemas, los estatutos por sabios que sean son obras muertas que poco influyen sobre las sociedades: ¡hombres virtuosos, hombres patriotas, hombres ilustrados constituyen las Repúblicas!”[13]Ahora bien, la revolución del HN apenas si se ha explorado. Si durante un tiempo “se creyó que el hombre nuevo se fabrica en troquel y a través de consignas repetidas, con carteles de propaganda y frases acumuladas sobre la conciencia”[14], hoy está claro que ese no es el camino. Porque “el socialismo no es, precisamente, un problema de cuchillo y tenedor, sino un movimiento de cultura, una grande y poderosa concepción del mundo […]”[15], es por ello que la revolución socialista tiene una gran tarea pendiente en el alumbramiento del nuevo sujeto revolucionario. Ciertamente no es un cometido fácil. Sin embargo, no es un camino inexplorado del todo, aunque, tal vez sí lo sea para una parte de la tradición marxista. Los prejuicios contra la psicología y la religión burguesa han marginado con frecuencia las aportaciones y el desarrollo, por ejemplo, de una psicología social revolucionaria, y de una Teología de la liberación que lleva años de experiencia histórica en esta revolución.

Deteniéndonos ahora en el contenido de la revolución moral personal del socialista del siglo XXI, podemos articularlo como la interacción interdependiente de una triple revolución moral personal[16]: (1ª) La revolución de la verdad; (2ª) La revolución del amor; (3ª) La revolución del fortalecimiento[17]. Esto es, el socialista del siglo XXI tiene que ser una persona que viva sus días en la revolución del saber material, como verdad material; del tener material, como amor; y del poder material, como fortalecimiento.

(1ª) La revolución moral personal de la verdad. El socialista revolucionario del siglo XXI ha de atenerse a los hechos, ajustar sus opiniones a ellos lo más que le sea posible, y buscar el por qué de las cosas. Es decir, tiene que estar en contacto permanente con la realidad de los hechos de su vida, de su pueblo, de la comunidad internacional; tiene que formarse su opinión analizando la realidad de los hechos en relación con todo el conjunto de las relaciones sociales; y tiene que buscar la causa y explicación de esos hechos estudiando, investigando, experimentando y verificándolos en la realidad histórica. El socialista revolucionario tiene que tener espíritu científico, no puede ser un dogmático ni fanático de doctrina alguna. Cualquier propuesta, también la que aquí hacemos, ha de pasarla por la verificación de la realidad, que tiene en la producción y reproducción de la vida de todos los pueblos, y de cada uno de los miembros del mismo, su criterio de verdad material. Por tanto, un socialista revolucionario no puede tener una praxis de vida que le aleje de la realidad, que le desconecte de los hechos y opiniones de los pueblos, no puede ser un indolente intelectual. Por el contrario, ha de ser una persona abierta a la información, ajustada en sus opiniones y buscadora de la sabiduría. K. Marx subrayó, en su obra, con optimismo intelectivo, el poder revolucionario de la verdad del saber científico:

“El descubrimiento [Erkennung] de que los productos le pertenecen, y la condenación como algo tiránico e intolerable del divorcio entre el trabajo [vivo] y las condiciones para su realización, representa [para el obrero] una enorme conciencia [Bewusstsein], derivada, por lo demás, del propio modo de producción capitalista, y su toque de difuntos [knell to its doom] sonará como [sonó] cuando los esclavos adquirieron la conciencia de que no podían ser propiedad de nadie, la conciencia de que también ellos eran personas; a partir de este momento, la esclavitud sólo podía seguir vegetando como una institución artificial, había dejado de ser la base de la producción”[18].

Ahora bien, la revolución moral de la verdad exige al socialista más que una revolución intelectual, es una revolución moral de toda la verdad de la existencia de la persona. Esta dimensión existencial de la revolución moral de la verdad del socialista no fue tratada en profundidad por K. Marx. El marxismo posterior, por ejemplo, el marxismo humanista de E. Fromm, enriquecido con las aportaciones del psicoanálisis, abrió un camino muy necesario para el socialismo revolucionario (un camino que hay que continuar explorando). La revolución moral existencial de la verdad personal del socialista es revolución de la verdad en la comunicación interpersonal, y en la ejecución liberadora de la autodeterminación de la propia libertad. El socialista ha de transparentar la coherencia de la verdad de sus palabras con sus hechos. El socialista no puede vivir en la mentira, ser un mentiroso, un corrupto[19]. A esto le llamamos honestidad, honradez o autenticidad familiar, fraterna y profesional. A juicio de P. Miranda, para Marx y Engels, “De las categorías inconfundiblemente morales…, quizá la más importante es la de la honradez…Según Marx y Engels, la honradez y honorabilidad es absolutamente indispensable en un verdadero revolucionario, porque el mundo futuro que queremos construir será un mundo de honradez y de auténtica moralidad”[20].

En primer lugar, el socialista no puede vivir en el engaño existencial de la infidelidad familiar. Con esta práctica, tan frecuente en Nuestra América, entre quienes se llaman de izquierdas, no sólo se desacredita el socialista a sí mismo, sino a la misma moral socialista revolucionaria que predica. En México, por ejemplo, es frecuente, también entre militantes izquierdistas, el mantenimiento del engaño de la ‘casa grande’ y la ‘casa chica’, la primera para la mujer y la segunda para la amante y segunda familia. Un engaño del que empiezan a ser conscientes sus hijos desde bien pequeños. Muchos de ellos maman y aprenden la mentira de la corrupción desde su más tierna infancia en el hogar, de la mano de su padre y/o madre. Vivir en la mentira será el horizonte normal para ese futuro ‘macho mexicano’, quién luego, en las manifestaciones políticas, es frecuente escuchar verborreando los más nobles ideales revolucionarios. A ese mismo habría que recordarle que ‘quien es infiel en la cama termina siéndolo en la caja’.

En segundo lugar, honestidad, honradez y autenticidad, no sólo se debe a la familia, sino también a los amigos. Cuan frecuente ocurre que muchos que se llaman de izquierdas utilizan la ideología socialista para estafar a sus amistades. Para pedir prestado y no pagar nunca. Para vivir a costa de los que llaman ‘hermanos’, y que olvidan para siempre cuando con su abuso agotaron la amistad. “Describiendo la atmósfera que hacia 1910 reinaba en los círculos de los revolucionarios rusos de París, el bolchevique Piatnitsky cuenta que los exiliados no siempre conseguían ganar su sustento ‘ni siquiera pobremente’. A veces caían tan bajo que se negaban a continuar buscando trabajo. En estos casos, preferían vivir a costa de otros, recurriendo a subterfugios o estafando a sus compatriotas o a franceses…”[21].

En tercer lugar, la honestidad, honradez y autenticidad le incumbe al revolucionario en el ejercicio de su profesión. Cuan frecuente ocurre, por ejemplo, entre esa clase a los que gusta ser llamados intelectuales, incluso intelectuales orgánicos, vivir del turismo intelectual. Hozando en la ambigüedad ideológica, utilizan sus puestos académicos para regalarse el oído del ego mientras llenan sus bolsillos sembrando confusión y desmemoria en los pueblos. J. P. Marat, ya decía en 1790, que “[e]l primer golpe que los príncipes dan a la libertad no es el de violar con audacia las leyes, sino el de hacerlas olvidar…Para encadenar a los pueblos, ellos comienzan por dormirlos”[22].

Respecto al llamado intelectual orgánico, conviene hacer una observación. El concepto de ‘intelectual orgánico’ proviene de A. Gramsci. Para él, los intelectuales no forman una clase política aparte, sino que pertenecen a las diversas clases. A su juicio, la clase hegemónica revolucionaria de obreros y campesinos han de tener los suyos para poder tener la hegemonía cultural[23]. El intelectual ‘orgánico’ para Gramsci: (1º) Formula teóricamente los pasos tácticos (corto plazo) y estratégicos (largo plazo); (2º) Es militante de partido; (3º) Dirigente de la acción política. El intelectual revolucionario (orgánico) es visto de forma distinta a como lo ve Lukács, Marcuse o Sartre. Para Gramsci es un hombre que compromete su trabajo con la acción estratégica.

Ahora bien, según nuestro análisis dialéctico, la misma delimitación de un grupo de trabajadores como ‘intelectuales’ significa que a ellos se les adjudica la capacidad de ejercer su trabajo intelectual, normalmente frente al resto que ejercita su trabajo no intelectual. Esto es un error, porque como el mismo A. Gramsci reconoce: “[c]onviene destruir el muy difundido prejuicio de que la filosofía es una cosa muy difícil por el hecho de ser actividad intelectual propia de una determinada categoría de científicos especializados o de filósofos profesionales y sistemáticos. Conviene por tanto, demostrar preliminarmente que todos los hombres son ‘filósofos’…”[24] “…todos los hombres son intelectuales… No hay actividad humana de la que puede excluirse toda intervención intelectual: no puede separarse el homo faber del homo sapiens”[25]. No existe ser humano sano que no realice trabajo intelectual. Todo ser humano se atiene a los hechos, los analiza más o menos dialécticamente, y con frecuencia busca el por qué de las cosas. En esto consiste el trabajo intelectual. Esto no es exclusivo de nadie. Por ello, lo que tal vez se quiera diferenciar cuando se usa ese término es a aquellas personas que escriben sobre la realidad, que la sistematizan, que la divulgan. Pues bien, este tipo de trabajo, en propio, es de trabajadores escritores o de trabajadores académicos. Siendo esto así, es caer en un reduccionismo identificar a los intelectuales con los escritores o con los académicos. Un reduccionismo que oculta una diferencia de clases en función del saber. Por un lado, están los que tienen la información, opinión y conocimiento, y, por el otro, los que no tienen información, opinión ni conocimiento. A los segundos les toca en la sociedad aprender de los primeros. Los que tienen la información, la opinión y el conocimiento se contradistinguen de los demás como clase, fetichizándose a sí mismos. Por desgracia, esto ha entrado en el socialismo y en la izquierda. Es frecuente en las células de los partidos y en los movimientos de base de la izquierda observar como el profesor de universidad, el médico, el economista, el abogado, etc., se sienten superiores intelectualmente a los campesinos, obreros, e indígenas ‘incultos’ (no universitarios). Es frecuente que la soberbia les ciegue el intelecto y el corazón, incluso a los que lo tienen en la izquierda. Y, a causa de ello, no es extraño que inicien la deriva hacia la derecha. Los problemas de estos ‘maestrillos intelectuales’ tienen origen en la inmadurez moral y psicológica de un narcisismo personal, que al pasar por la universidad o escribir decenas de libros, en lugar de aprender a escuchar y servir al pueblo, les entonteció el ego; y, ahora, conocedores de su poder social, especulan con su ‘saber’. Es indignante la práctica del clasismo intelectivo, al que con tanta frecuencia sucumben muchos de los académicos o escritores izquierdistas de Nuestra América. Lo primero que presentan en sus tarjetas de visita, y así gustan llamarse, es su título de Licenciado, Maestro o Doctor. ¡Cómo le regala el odio al narciso ególatra la estridencia vociferada de la titulitis! Así como el fundador del Cristianismo encargó a sus seguidores que no se dejasen llamar ‘maestros’, el socialista revolucionario del siglo XXI ha de tener claro que todos los seres humanos son intelectuales, y que si él se dedica a la actividad académica, a escribir, y/o investigar, que se haga llamar por el trabajo que desempeña: académico, escritor, y/o investigador. Pero que no usurpe obscenamente la condición de intelectual a sus legítimos propietarios: todos los pueblos de la Tierra.

(2ª) La revolución moral personal de la comunicación. El socialista revolucionario del siglo XXI tiene una segunda trinchera de lucha en su propia persona. Es la lucha por mantener abierta la comunicación (el diálogo material en lugar del monólogo) con la naturaleza, con sus hermanos y con la comunidad. El revolucionario tiene que sentir afectivamente, además de intelectivamente, el haber echado su suerte con los pobres de la tierra[26]. Es la batalla constante por el descentramiento del narcisismo hacia la ‘alteridad’ de la realidad, del tú y de la comunidad. “Quien no comulga en el altar de los hombres, es justamente desconocido por ellos”[27]. Porque “[l]os hombres se sienten agradecidos a los seres extraordinarios, a los que les despiertan en el espíritu alarmado o aturdido la generosidad, el impulso expansivo, la comunión con lo Eterno y el Universo, la nobleza redentora y deleitosa”[28]. Es decir, el contenido de la revolución moral de la comunicación material del socialista es la revolución de la alteridad eco-estética, ero-económica y político-institucional.

En primer lugar, la dimensión personal de la revolución moral eco-estética del socialista exige desarrollar el ‘respecto’ y la capacidad de escucha a la ‘madre naturaleza’ (Gaia). Esta batalla exige no sólo organizar el estilo de vida personal de forma ecológica, respetuosa con el medio ambiente, sino que es mucho más. Por ejemplo, el socialista tiene que superar el trastorno narcisista de su personalidad que le lleva a instrumentalizar la propia naturaleza para un disfrute degradante. Así, por ejemplo, es detestable, entre quienes quieren vivir como socialistas, asistir, y, peor aún, fomentar, espectáculos cuyo contenido es el sufrimiento de animales y seres humanos, por cierto, espectáculos frecuentes en Nuestra América (v.gr. toros, pelea de perros, pelea de gallos, boxeo, etc.). Este tipo de fruiciones retrotraen al socialista a la era de las cavernas. La revolución eco-estética de la moral socialista exige a éste, además, trabajar para que la Tierra sea un jardín y no un basurero. ¡Cuán frecuente es contemplar en algunas reuniones de altermundistas de izquierdistas, que terminada su verborrea orgiástica macrofónica, se marchan dejando el piso lleno de vasos de plástico, de papeles, de colillas de tabaco, etc.; y desacreditados moralmente por las críticas silenciosas del servicio de limpieza, que aquéllos nunca escucharán! Un socialista del siglo XXI tiene que vivir con urbanidad, con educación, medioambiental. Si en su familia no ha recibido esa educación cívica, tiene que redoblar su sensibilidad. Muchos pseudoizquierdosos, a quienes se les llena la boca de la fácil crítica al colonialismo eurocéntrico, bien podrían aprender normas de urbanidad de algunos burgueses europeos; tan simples como que hay que arrojar los papeles y desperdicios en las papeleras; recoger los excrementos que sus perros depositen en la calle, no escupir en el piso, etc.

En segundo lugar, la dimensión ero-económica del socialista del siglo XXI es una revolución material comunicativa que exige desarrollar la sensibilidad hacia el otro como otra persona como yo: en la pluralidad de la diversidad de maduración intelectual, de sexo, de color, de edad, de recursos económicos, de fuerza física, etc. “Tiempo es ya de que el afecto reemplace en la ley del mundo al odio”[29]. El desarrollo de esta sensibilidad en la comunicación material es posibilitado por la maduración en el sentimiento del amor (de la co-alegría y la ‘compasión’). Un socialista revolucionario sin capacidad de amar, de empatía afectiva, pronto dejará de serlo si es que algún día lo fue. Como decía Camilo Torres:

“Yo no creo en un revolucionario que íntimamente no crea que el campesino analfabeto tiene valores inmensos y que es él el que nos dará los recursos humanos, morales y también los recursos para la lucha necesarios para hacer la revolución. Únicamente los revolucionarios que crean en su pueblo son los revolucionarios verdaderos”[30].

El socialista revolucionario del siglo XXI tiene que sentirse en lo más profundo de sus entrañas ‘guardián mundial de sus hermanos’, de todos sus hermanos, también de los contrarrevolucionarios. El socialista revolucionario no vive para la muerte del hermano, aunque sea contrarrevolucionario, sino para la vida de todos, también del contrarrevolucionario, y por eso la lucha contra el capitalismo, que es un sistema reproductor de muerte, cuya primera víctima es el alma del burgués. En el corazón del socialista no puede anidar el odio sino la sed de justicia. La praxis de la realidad tiene una ley material ineludible: “Yo soy el Otro, y el Otro es Yo. Él es el espejo que permite al Yo reconocerse. Su destrucción destruye la humanidad en mí. Su sufrimiento, incluso si yo me defiendo de él, me hace sufrir”[31]. El Che, haciéndose eco de las palabras de Martí, dice: “En la mejilla ha de sentir todo hombre verdadero el golpe que reciba cualquier mejilla de hombre”[32].

Esta revolución es una revolución permanente en nuestras vidas. Una revolución que el socialista revolucionario ha de vivir y transmitir en la familia frente a la contrarrevolución ‘erofascista’. Por contrarrevolución ‘erofascista’ nos referimos a la asunción de los valores fascistas en nuestra educación y la educación de nuestros hijos. Estos contravalores son el despojo de la condición de persona del otro. Se le despoja de su materialidad intelectiva, ero-económica y de empoderamiento. El modo más ‘universalmente’ extendido es recurrir a los calificativos: tonto[33], feo, pobre y débil. Este es el cuarteto fascista que sufren como cruel agresión muchas personas ya desde que son niños. En México, todavía hay memoria viva de humillaciones como las infligidas por los blancos criollos y mestizos, quienes cuando buscaban al dueño de una casa, blanco o mestizo, se dirigían a la servidumbre indígena preguntando: — ¿Hay alguien de razón en la casa?—. Con esta pregunta la agresión es inmediata. En una simple formulación se ha degradado al indígena a la condición de animal irracional, de imbécil, de tonto. Esto es auténtico fascismo intelectual insolente, agravado al infinito cuando, como dicen los zapatistas, de los pueblos indígenas mexicanos: “Nosotros somos los habitantes originales de estas tierras. Todo era nuestro antes de la llegada de la soberbia y el dinero”[34]. Y en una lección de verdadera sabiduría, continúan diciendo:

“Nuestro andar armado de esperanza no es contra el mestizo; es contra la raza del dinero. No es contra un color de piel, sino contra el color del dinero. No es contra una lengua extranjera, sino contra el lenguaje del dinero” [35].

Junto a esta batalla, el socialista revolucionario tiene como tarea en su vida diaria la revolución contra el machismo, la homofobia, lesbifobia, transfobia. La riqueza de la pluralidad en la expresión sexual entre los adultos es un hecho normal y natural. La burla, el chiste fácil, el acoso, la discriminación familiar, etc., es profundamente contrarrevolucionaria. El socialista revolucionario del siglo XXI tiene que limpiarse de prácticas cotidianas como, por ejemplo, del ‘albureo’ fascista que se practica en algunos lugares de México. Alburear es un uso del lenguaje que juega con su entonación, doble sentido, cambio de ortografía, etc.; y lo es fascista cuando tiene el propósito, frecuente por lo demás, de que una persona agreda y viole verbalmente la identidad, habitualmente sexual, de otra. Este juego del lenguaje fascista se practica en la calle, en la escuela, en el taxi, en la reunión de conocidos, etc. En algunas partes del país se adiestran a los niños en el albureo desde bien pequeños. La agresividad que reciben por la burla y humillación pública hacia su físico lleva a muchos de ellos a desarrollar un carácter resentido, misántropo y agresivo. El albureo fascista es la mejor escuela para modelar el espíritu de futuros fascistoides prepotentes. El socialista revolucionario no puede regodearse en un juego que tiene por fin la burla despectiva, la ridiculización, la destrucción de la identidad erótica del otro. El ingenio y la creatividad lingüística deben usarse para promocionar al otro y no para destruirlo.

En cuanto a la dimensión económica de la revolución moral que ha de vivir el socialista, esto exige antes que nada, y siempre que su salud corporal se lo permita, que no viva del trabajo de otro, sino de su esfuerzo personal. El socialista tiene que ser cumplidor con su trabajo, empezando por el horario. Un socialista revolucionario no puede tener el hábito de parecer que va al trabajo pero que termina por no ir o llegar tarde; y, después de llegar tarde, hacer ‘como’ que trabaja. El socialista no puede vivir del trabajo ajeno, ni del robo del esfuerzo de otro. El socialista no debe tener ‘servidumbre’ en su casa. Si por razón de enfermedad o limitaciones personales necesita ayuda, al trabajador debe tratarlo como igual a sí mismo, en la mesa y en su sueldo correspondiente. Mientras se llega a la estructuración de un sistema salarial socialista, las diferencias salariales establecidas por el capitalismo según los criterios de su mercado no deben traspasar los umbrales de la casa de un socialista. En las relaciones interpersonales, el socialista no debe gorronear la generosidad de los amigos. Debe corresponder a las invitaciones y saber ser agradecido, como dice el refrán castellano: ‘De ser bien nacido es ser agradecido’.

En tercer lugar, la dimensión político-institucional de la revolución moral personal del socialista exige al socialista ser un político. Esto es, en vivir cívicamente como ciudadano respetando los derechos del otro, y atento a las necesidades de la comunidad. El socialista revolucionario tiene que participar activamente en la praxis política de su municipio, región y nación. El socialista ha de ser sal y levadura en la creación de movimientos sociales encaminados a la satisfacción de las necesidades de los pueblos.

(3ª) La revolución moral personal del empoderamiento como fortalecimiento. El socialista del siglo XXI ha de ‘fortalecerse’ revolucionariamente en su quehacer cotidiano. Para ello ha de acometer tres frentes de lucha en su praxis personal: la liberación de sus esclavitudes físicas y psico-físicas; su autodeterminación personal en función del servicio a la vida de los pueblos; y la ejecución de su praxis como fuerza revolucionaria.

En primer lugar, el socialista revolucionario tiene que ser un hombre que luche por la liberación de su esclavitud física a la que se encuentre sometido en cualquier momento de su vida. Debe indignarse y revolverse contra cualquier tipo de cadena física que le impida su liberación. Hoy todavía hay millones de personas, muchas de ellas niños, sometidas a trabajos forzados en canteras, telares, prostíbulos, etc. La primera llama que han de prender en el socialista es la de su liberación en la de cualquier esclavo del mundo. Un socialista no puede ser complaciente con esta situación. La esclavitud física, que para muchos parece algo ya superado, es de suma actualidad. ¡Cuántos de los que se dicen socialistas se encadenan más y más al capitalismo con préstamos innecesarios para un consumo innecesario! Con ello entramos en la dimensión psico-física de la esclavitud. La más férrea de las esclavitudes de nuestro tiempo. El socialista revolucionario tiene que estar atento y no caer; y, si lo hace, trabajar para liberarse, de todo tipo de adicciones (v.gr. tabaco, alcohol, heroína, cocaína, drogas sintéticas, ludopatía, sexoadicción, bulimia, consumo compulsivo, etc.). Esa es también su primera revolución. La razón de la exigencia de la liberación de cualquier tipo de cadenas psíquicas se encuentra en que la revolución socialista se apoya en el poder de la fuerza de liberación personal y comunitaria. Una fuerza que le es enajenada, y revertida como la violencia de la esclavitud, cuando queda enredado en el desgaste diario que supone encauzar todas sus energías para la satisfacción de sus adicciones. Por ello, el socialista revolucionario debe ser un hombre que trabaje cada segundo de modo incansable por fortalecer sus hábitos de liberación. ¡Qué revolución socialista puede pretenderse hegemónica con un pueblo de consumistas, sexoadictos, ludópatas, alcohólicos, cocainómanos, heroinómanos, etc.! Fidel Castro rememora la voluntad pura del Che, durante sus entrenamientos en México, antes de la partida para Cuba. Todas las semanas intentaban subir al Popocatepetl. El Che, nunca llegaba arriba, por su asma, pero todas las semanas lo intentaba[36].

En segundo lugar, el socialista revolucionario debe ser una persona que orienta el sentido de su autodeterminación hacia la producción y reproducción de su vida, y de la vida de todos los pueblos. La fuerza de liberación del socialista es para el proyecto de vida propio y de todos los pueblos: ESDR. El socialista no debe hacer uso de su fuerza de modo inconsciente, individualista o caprichoso. Su razón de ser en el mundo es ‘servir’ al proyecto político de la revolución de la vida propia con la vida de todos los pueblos de la Tierra. El socialista no puede tener, como proyecto de vida personal y comunitaria, servirse de sus hermanos. El socialista debe rechazar el tratado de ‘señor’; sus aspiraciones a tener servicio de chofer, servicio doméstico; sus aspiraciones a condecoraciones, estatuas, etc. El socialista ha de ser ‘servidor’ de sus hermanos con toda la humildad y discreción. Este es el lugar oculto para la heroicidad socialista. Como recuerda el Che, el lugar del héroe es la vida de los pueblos:

“Porque a los héroes, compañeros, a los héroes del pueblo, no se les puede separar del pueblo, no se les puede convertir en estatuas, en algo que está fuera de la vida de ese pueblo para el cual la dieron. El héroe popular debe ser una cosa viva y presente en cada momento de la historia de un pueblo”[37].

En tercer lugar, el socialista revolucionario del siglo XXI debe ser una persona que ejerza el poder en sus acciones siempre como ‘fuerza’ de servicio al pueblo, y nunca con violencia. Un socialista revolucionario no puede realizar sus acciones cotidianas con prepotencia. En este sentido, se podría salvar la afirmación que hace A. Negri al proponer a Francisco de Asís como modelo del hombre nuevo revolucionario[38]. Ahora bien, no debe confundirse fuerza y violencia. La fuerza es ejercicio del poder razonable y proporcional, legitimado en la producción y reproducción de la vida, y necesario. Si el ejercicio de la violencia está prohibida al socialista, el ejercicio de la fuerza le es exigido en todo momento. La fuerza de la praxis le es necesaria al socialista revolucionario tanto para crecer como tal, como para recluir a los sociópatas que amenazan el Planeta. Los enemigos más peligrosos de la revolución socialista, de la vida en el planeta, son auténticos enfermos mentales, sicosociópatas que no entienden, no sienten, ni se atienen a razones, al diálogo, ni a las leyes. A éstos hay que someterlos por la fuerza. No olviden los susceptibles con respeto al uso de la fuerza, que el mismo fundador del cristianismo hablaba proféticamente, denunciaba con autoridad, y expulsó por la fuerza a los mercaderes del Templo. Además, el socialista revolucionario no sólo ha de ejercer su praxis con fuerza, sino que ha de ‘fortalecerla’ con el hábito. El socialista revolucionario no ha de ser un ‘verborrero’ que pasa todo el día diciendo que ‘voy a hacer tal o cual’ y que se acuesta día tras día sin haber hecho nada. Por el contrario, el socialista revolucionario ha de ser prudente en su decir y tener por máxima, como gustaba decir al Che, que ‘hacer, es la mejor manera de decir’[39].

En definitiva, el crecimiento moral personal en cada uno de los frentes de lucha del socialista revolucionario fortalece las otras dimensiones de su persona. Y la coherencia revolucionaria en la praxis a lo largo del tiempo es el mejor modo de ganar autoridad moral personal y hacer fructificar la fuerza del proyecto socialista revolucionario. Las palabras dedicadas por el Che a Julio Zenón Acosta, asesinado por la traición de Eutimio Guerra, son elocuentes de los que a su juicio debe ser la moral de un revolucionario:

“Fue mi primer alumno en la Sierra; estaba haciendo esfuerzos por alfabetizarse y en los lugares donde nos deteníamos le iba enseñando las primeras letras; estábamos en la etapa de identificar la A y la O, la E y la I. Con mucho empeño, sin considerar los años pasados sino lo que quedaba por hacer, Julio Zenón se había dado a la tarea de alfabetizarse. […] Porque Julio Zenón Acosta fue otra de las grandes ayudas de aquel momento y era el hombre incansable, conocedor de la zona, el que siempre ayudaba al compañero en la desgracia o al compañero de la ciudad que todavía no tenía la suficiente fuerza para salir de un atolladero; era el que traía el agua de la lejana aguada, el que hacía el fuego rápido, el que encontraba la cuaba necesaria para encender el fuego un día de lluvia; era, en fin, el hombre orquesta de aquellos tiempos […]. El guajiro inculto, el guajiro analfabeto que había sabido comprender las tareas enormes que tendría la Revolución después del triunfo y que se estaba preparando desde las primeras letras para ello, no podría acabar su labor”[40].

[1] Adaptación del los parágrafos [§§188-193] de la obra: A. Salamanca Serrano, Política de la Revolución. Política para el Socialismo en el siglo XXI (México: UASLP, 2008).
[2] Lenin, V. I., Oeuvres, 26 vol. (Paris: Editions Sociales du Progrès, 1958-1970) 149 ; cfr. Liebman, M., La prueba del poder. El leninismo bajo Lenin, II, Liebman, M., La prueba del poder. El leninismo bajo Lenin, II, o. c., o. c., 278.
[3] Cfr. Dieterich, H., Conversaciones con Hugo Chávez. El destino superior de los pueblos latinoamericanos (Caracas: Alcaldía de Caracas, 2004) 69.
[4] Schaff, A., ¿Qué significa ‘ser comunista?: González, J.; Pareyra, C.; Vargas Lozano, G. (eds.) Praxis y filosofía: Ensayos en homenaje a Adolfo Sánchez Vázquez (México: Grijalbo, 1985) 301-310.
[5] Cfr. Samour, H., Introducción a la Filosofía de la Liberación de Ignacio Ellacuría: Ellacuría, I., El compromiso político de la filosofía en América Latina, o. c., 30.
[6] Cfr. Badiou, A., Abrégé de Métapolitique (Paris: Editions du Seuil, 1998) 67-76.
[7] Sartre, J. P., Crítica de la razón dialéctica: precedida de cuestiones de método, vol. I (Buenos Aires: Losada, 1963) 139.
[8] De las Casas, B., Historia de las Indias, vol. II (México: FCE, 1992) 533.
[9] De las Casas, B., Historia de las Indias, vol. II, o. c., 526-527.
[10] Lebowitz, M. A., Más allá de El Capital, o. c., 222.
[11] Ibid., 234.
[12] Hart Dávalos, H., Discurso en Dos Ríos: AA. VV., Siete enfoques marxistas sobre José Martí, o. c., 112.
[13] Bolívar, S., Discurso de Angostura (1819): Simón Bolívar. Escritos políticos, o. c., 106.
[14] Rodríguez, C. R., José Martí, contemporáneo y compañero: AA. VV., Siete enfoques marxistas sobre José Martí, o. c., 91.
[15] Luxemburg, R., Carta a Franz Mehring, febrero de 1916.
[16] Cfr. Ingenieros, J., Antimperialismo y Nación, o. c., 174-175.
[17] Niño, F., Educación en Valores. Una aproximación desde X. Zubiri: Nicolás, J. A.; Barroso, Ó., (et al.), Balance y perspectivas de la filosofía de X. Zubiri, o. c., 639-650; Caldera, A., El filósofo ante el reto de una nueva ética. En torno a Hegel y Zubiri: Nicolás, J. A.; Barroso, Ó., (et al.), Balance y perspectivas de la filosofía de X. Zubiri, o. c., 651-662; 655.
[18] Marx, K., Grundrisse 1857-1858, t. I (México: Fondo de Cultura Económica, 1985) 236-327.
[19] La verdad y el no mentir son acciones políticas revolucionarias, cfr. Pérez Cortés, S., La prohibición de mentir (México: Siglo XXI, 1998) 154-175.
[20] Miranda, P., El cristianismo de Marx, o. c., 194.
[21] Liebman, M., La conquista del poder. El leninismo bajo Lenin, I, o. c., 77.
[22] Citado en Ziegler, J., L’empire de la honte, o. c., 246.
[23] “Autoconsciencia crítica significa histórica y políticamente creación de una élite de intelectuales: una masa humana no se ‘distingue’ y no se hace independiente ‘por sí misma’ sin organizarse (en sentido lato), y no hay organización sin intelectuales, o sea, sin organizadores y dirigentes, o sea, sin que el aspecto teórico de nexo teoría-práctica se precise concretamente en un estrato de personas ‘especializadas’ en la elaboración conceptual y filosófica”, Gramsci, A., Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce (Torino, 19668) 5-20: Sacristán, M., Antonio Gramsci. Antología, o. c., 373-374.
[24] Gramsci, A., Il materialismo storico e la filosofia di Benedetto Croce (Torino, 19668) 3-5: Sacristán, M., Antonio Gramsci. Antología, o. c., 364.
[25] Gramsci, A., Gli intellettualli e l’organizazione della cultura (Torino: 19668) 3-10, Sacristán, M., Antonio Gramsci. Antología, o. c., 391-392.
[26] Martí, J., Versos sencillos: Martí, J., Obras Completas, t. 16, o. c., 67.
[27] Martí, J., Comentario al tratado ‘La futura esclavitud’, de Herbert Spencer, La América, Nueva York, abril de 1884: Martí, J., Obras Completas, t. 15, o. c., 388.
[28] Martí, J., La vuelta de los héroes de la Jeannette” La Nación, Buenos Aires, 17 de abril de 1884: Martí, J., Obras Completas, t. 10, o. c., 23.
[29] Martí, J., Noticias de Francia, La Opinión Nacional, Caracas, 3 de octubre de 1881: Martí, J., Obras Completas, t. 14, o. c., 82.
[30] Torres, C., Cristianismo y Revolución (México D. F.: Era, 19722) 513.
[31] Ziegler, J., Les nouveaux maîtres du monde, o. c., 19.
[32] Che Guevara, E., José Martí: AA. VV., Siete enfoques marxistas sobre José Martí, o. c., 57.
[33] Ranciere, J., Le maître ignorant. Cinq leçons sur l’émancipation intellectuelle (Libraire Artheme Fayard, 1987) 48; 56.
[34] Ejército Zapatista de Liberación Nacional, En el 502 aniversario del descubrimiento de América, 13 de octubre de 1994.
[35] Ibid.
[36] Dieterich, H., Diarios de Guerra. Che Guevara y Raúl Castro (México D. F.: Jorale Editores, 2005) 37.
[37] Che Guevara, E., José Martí: AA. VV., Siete enfoques marxistas sobre José Martí, o. c., 59.
[38] Hardt, M.; Negri, A., Empire (Cambridge [Massachusetts], Harvard University Press, 2001) 411-4114.
[39] Che Guevara, E., José Martí: AA. VV., Siete enfoques marxistas sobre José Martí, o. c., 55.
[40] Dieterich, H., Diarios de Guerra. Che Guevara y Raúl Castro, o. c., 239.

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