La verificación de la satisfacción de las necesidades materiales criterio para juzgar
el utilitarismo, el consecuencialismo y la ética del bien común
Antonio Salamanca Serrano
Panamá, 2009
En este artículo se postula la tesis siguiente: la verificación de la satisfacción de las necesidades materiales de vida de los pueblos es el criterio para juzgar el utilitarismo y el consecuencialismo asumido en la ética del bien común propuesta por F. Hinkelammert. Con ello se pretende contribuir a la investigación abierta por el profesor Carlos Molina. El trabajo concreta la aportación circunscribiéndose a la parte económica de la ética del bien común, aunque las conclusiones centrales se pueden aplicar a toda ella.
1 El sistema económico debe servir a la producción y reproducción de la vida de los pueblos
La propuesta económica de la ética del bien común de F. Hinkelammert tiene como tesis fundante el postulado de que el sistema económico debe estar al servicio de la producción y reproducción de la vida de los pueblos en su ecosistema: la economía es una economía para la vida. Esto significa, a grandes rasgos, y entre otras muchas concreciones, que el sistema económico es un sistema de coordinación social del trabajo, y que su objetivo es la producción de valores-vida humana (como valores de uso o satisfactores económicos). Veamos estas dos afirmaciones con más detalle.
En primer lugar, el sistema económico de su propuesta ética es un sistema de coordinación social del trabajo. F. Hinkelammert y H. Mora subrayan una tesis cierta: la coordinación social del trabajo en función de la vida humana como absolutamente necesaria para el productor social:
“…aquel conjunto de relaciones productivas y reproductivas de especialización, interdependencia, e intercambio, que se establece entre los actores/productores/consumidores de toda economía social, y que en su máxima generalidad, cumple con la función de coordinación de los medios y los fines de que dispone y persigue una sociedad, cualquiera que ésta sea” [1]. “…hay un tipo de condicionamiento que es absolutamente obligatorio para el ‘productor social’: el de la coordinación social del trabajo en función de la reproducción de la vida humana…”[2].
La finalidad del sistema económico, como coordinación social del trabajo, es la producción de satisfactores (valores de uso) que sirvan a la producción y reproducción de la vida humana (valores-vida humana). K. Marx, en su crítica al capitalismo, elaboró su análisis tomando al trabajo abstracto como medida objetiva para mensurar los valores de cambio, y no al valor de uso[3]. Esta apuesta de K Marx es lo que hace a F. J. Hinkelammert denominar a la teoría marxiana del valor, teoría del trabajo-valor[4]. Sin negar la aportación del análisis marxiano, para F. J. Hinkelammert, la tradición marxista tiene que completar la teoría del valor, que no puede ser solamente una teoría del valor-trabajo[5]. Si le interpretamos bien, su propuesta –que también compartimos– es ir hacia una teoría del valor vida humana. Este valor permite reproducir el valor de uso, las condiciones de reproducción del sujeto productor y de la naturaleza[6].
Ahora bien, afirmar la economía, en la propuesta ética del bien común, como un sistema de coordinación social del trabajo orientada a la producción de valor vida humana implica que ha que intentarse precisar la respuesta, por de pronto, a dos preguntas centrales: ¿Qué es la vida humana? y ¿cómo se comprueba que el sistema económico sirve a su producción y reproducción?
2 “De las leyes de la naturaleza se derivan las condiciones materiales para vivir”
En la economía política de la propuesta ética de Hinkelammert, la vida de los pueblos se concretiza políticamente en la mediación histórica del bien común. Para el autor, el bien común no es una derivación apriorística de la naturaleza, sino que se va formando a partir del reconocimiento del sujeto viviente y de lo que le es útil para la vida (el bienestar) de todos.
Esta constatación es la que lleva Carlos Molina a sostener que la ética del bien común de Hinkelammert se apoya en un modo particular de utilitarismo y consecuencialismo. El utilitarismo que se defiende es el que tiene como último criterio de juicio a la reproducción de toda la vida humana, y la de todos en la comunidad (bien común). De modo que no es el utilitarismo egoísta, individualista y reductivo. Por otro lado, el cosencuencialismo presupuesto mantiene, como criterio de ‘verificación’ de la ética del bien común, a la verificación de las consecuencias de las acciones respecto a la producción y reproducción de la vida. No es tampoco el consecuencialismo extremo que sostiene que el fin justifica los medios.
Para Carlos Molina es especialmente relevante que la propuesta de la ética del bien común sea consecuencialista. Según él, esto fortalece el carácter ‘a posteriori’ de sus fundamentos:
“No es una ética que formula normas fundadas en una esencia humana, un principio inquebrantable o fines determinados de antemano por un grupo de la sociedad. Es la evaluación de la acción mediante la evaluación de sus consecuencias para la vida de la humanidad lo que anima a la ética del bien común[7].
El contenido de ese fundamento ‘a posteriori’ son los ‘valores por sí’, en formulación de Hinkelammert, que diferencia de los valores absolutos. Los ‘valores por sí’ no se obtienen mediante derivaciones apriorísticas, sino, digámoslo así, por vía de su negación histórica. En la historia se comprueba que la negación de esos ‘valores por sí’ provoca efectos perniciosos, incluso en el caso extremo, la disolución del marco general de toda valoración: la misma vida.
Ahora bien, sobre este punto encontramos algunas limitaciones en la ética del bien común de Hinkelammert. Dos tienen especial alcance: 1º) Creer que es posible el juicio de la utilidad o de las consecuencias ‘a posteriori’ de las acciones sin caer en la cuenta que ya se está presuponiendo prácticamente la existencia ‘a priori’ de la estructura material de la praxis vida de los pueblos. 2) Los ‘valores por sí’ son algo derivado de aquello que los hace posibles y les da contenido: la satisfacción del sistema de necesidades materiales que estructura la vida de los pueblos[8].
El primer lugar, resulta difícil imaginar cómo vamos a poder saber, juzgar y actuar sobre lo que es útil o tiene mejores consecuencias para la vida si no sabemos lo que sea la vida de la especie homo sapiens sapiens. La afirmación genérica de la vida sin más no resulta suficiente; es altamente abstracta, no delimita su contenido, no queda mediada históricamente por categoría alguna, y se hace difícilmente mensurable.
En segundo lugar, no se es suficientemente radical en la pregunta por el origen de los valores en general, ni de los ‘valores por sí’ en particular’. Los valores no tienen sustantividad alguna. Lo que tiene sustantividad y da contenido a lo que se suele llamar valores es la vida de los pueblos como praxis material necesitada de satisfacción para producir y reproducirse. La vida de los pueblos tiene un modo concreto histórico de expresarse. Lo hace como un sistema estructural integrado de necesidades materiales. El que una acción contribuya a la satisfacción o a la insatisfacción del sistema estructural integrado de necesidades es lo que hace que esa acción sea valiosa para la vida o un disvalor para la misma. Los valores siempre quedan referidos a la satisfacción o insatisfacción de las necesidades materiales de las personas y de los pueblos.
Ahora bien, Hinkelammert, así como buena parte de la tradición marxista, participan de ciertos prejuicios contra los aprioris metafísicos que les impiden investigar la posibilidad de que la vida se concretice históricamente como la constante transhistórica de un sistema estructural integrado de necesidades materiales. Sistema que ciertamente se actualiza en cada momento histórico en la riqueza de la pluralidad de satisfactores o en la pobreza de los mismos. Pero una cosa es defender la historicidad de la vida humana y otra es caer en el ‘historicismo’. Creemos que, como a Marx, la metafísica hegeliana, lleva a Hinkelammert a pensar que es en el movimiento histórico donde se van creando las necesidades. La Historia (el movimiento histórico) sería la madre de las necesidades. No habría entonces ninguna necesidad que se mantuviera constante a lo largo de la historia como un ‘a priori’ para la vida. Sin embargo, a nuestro juicio, esto es un dogma asumido acríticamente y que lleva a Hinkelammert y H. Mora a la contradicción de, por un lado, negarse intelectualmente a investigar el hecho del sistema integrado de necesidades como sistema limitado de necesidades universales, interdependientes y constantes históricas, y, por otro, afirmar que de las leyes de la naturaleza se derivan las condiciones para vivir:
“De las leyes de la naturaleza se derivan las condiciones materiales para vivir, y por lo tanto, la distribución posible de las múltiples actividades humanas y la organización y coordinación de las múltiples funciones productivas necesarias para producir el producto social material que permita la supervivencia de todos. Independientemente de las voluntades humanas, se trata aquí de un condicionamiento que decide sobre la vida o la muerte de los seres humanos que se encuentran interrelacionados…”[9].
Se abre aquí todo el problema del sistema de las necesidades. Un tema que el propio Marx reconocía fundamental en los Grundrisse, y merecedor de futuras investigaciones. Sin embargo, por sus prejuicios ‘antiesencialistas’ Marx siempre afirmó que las necesidades son una creación histórica. El asunto es central, pero su tratamiento en profundidad desborda los límites de este trabajo. Solamente, a modo de tesis, afirmamos, frente al planteamiento de quienes sostienen que las necesidades son creadas por la Historia e ilimitadas, que el sistema de necesidades, y consecuentemente éstas mismas, son una imposición de la estructura de la materia viva de la especie homo sapiens sapiens; son universales y limitadas, estructurales, y constantes históricas. Esto no es una recaída en ‘iluminismos metafísicos’ sino entender que el río de la vida es corriente de agua. Es corriente (movimiento), sí; pero de agua (estructura material). Ningún movimiento histórico, ninguna vida humana de la especie homo sapiens sapiens es posible sin la permanencia en el tiempo de la constante de su sistema de necesidades. Encontrar dicho sistema corresponde a la investigación filosófico-científica. Los hallazgos siempre quedarán sometidos a verificación científica. Por tanto, nada de lo que aquí proponemos puede ser acusado de ‘iluminismo metafísico’. Mas bien, lo que nosotros denunciamos es el ‘historicismo metafísico hegeliano’ presente en Marx, en parte, y en buena parte de la tradición marxista, que les lleva a presuponer que el movimiento histórico se sustenta sobre sí mismo; que las necesidades de la vida humana se crean en la historia; que no distingue entre necesidades materiales (universales, limitadas, estructurales, constantes) y los satisfactores (particulares, potencialmente ilimitados, estructurales y contingentes históricos).
El sistema de necesidades materiales en que se concretiza la vida humana es posible conocerlo por la investigación filosófico-científica. Es de agradecer que en la filosofía, la antropología, la psicología, la sociología, entre otras disciplinas, haya habido diferentes propuestas del sistema de necesidades. Propuestas que se han dejado someter a verificación histórica acreditándose en mayor o menor grado. Fruto de un trabajo previo[10], aquí ofrecemos nuestra propuesta del sistema de necesidades en que se estructura la vida humana de los pueblos:
Sistema de Necesidades Materiales
I. Necesidades de comunicación material
I.1. Necesidades de comunicación material eco-estética: Necesidad de un medioambiente saludable (1), Necesidad nutritiva diaria (2), Necesidad de una vivienda saludable (3), Necesidad de transportarse (4), Necesidad de atención médica (5); Necesidad estética (6).
I.2. Necesidades de comunicación material ero-económica: Necesidad de reconocimiento familiar (7), Necesidad de reconocimiento comunitario (8); Necesidad de trabajo (9), Necesidad de apropiación personal (como prestación personal y directa de servicios) y comunitaria (cooperativa y estatal) de los medios de producción laboral (10), Necesidad de apropiación personal del fruto del trabajo (11).
I.3. Necesidades de comunicación material político-institucional: Necesidad de participación política en la comunidad (12); Necesidad de instituciones comunitarias al servicio de la reproducción de la vida de los pueblos y cada uno de sus miembros (13): Necesidad institucional de la soberanía nacional territorial (14), Necesidad institucional de un sistema de salud popular (15), Necesidad institucional de un sistema público de transporte (16), Necesidad institucional de un sistema económico socialista o comunista (17), Necesidad institucional de Dirección Estatal (Legislativo, Judicial, Ejecutivo) Revolucionaria (18), Necesidad de instituciones internacionales revolucionarias (19), Necesidad institucional de medios de información del pueblo (20), Necesidad institucional de medios de opinión del pueblo (21), Necesidad institucional de un sistema educativo popular (22), Necesidad institucional de centros de liberación (v. gr. centros de desadicción,) (23), Necesidad institucional de un sistema de Derecho revolucionario, y de Centros de Reorientación de la Autodeterminación y Rehabilitación revolucionaria (24), Necesidad institucional de policía revolucionaria (25), Necesidad institucional de un ejército revolucionario (26).
II. Necesidades de libertad material
II. 4. Necesidad de empoderamiento con la fuerza de liberación personal y comunitaria (27).
II. 5. Necesidad de autodeterminación revolucionaria en el proyecto personal y comunitario (28).
II. 6. Necesidad de fortalecimiento en la permanencia histórica hegemónica de la ejecución del proyecto político revolucionario (personal y comunitario) (29).
III. Necesidades de verdad material
III. 7. Necesidad personal y comunitaria de información veraz (30).
III. 8. Necesidad personal y comunitaria de una opinión bien formada (31).
III. 9. Necesidad personal y comunitaria de conocimiento (32).
A modo desafío probatorio a la tendencia ‘historicista’ de la ética del bien común, proponemos someterla al siguiente experimento: 1º) ¿Es posible la vida (entendida en todo su florecimiento) de los pueblos sin la satisfacción del sistema estructural integrado de necesidades que proponemos?; 2º) ¿Ha existido algún pueblo o persona en la historia que no haya tenido y tenga estas necesidades?; 3º) ¿Acaso no intentan todos los pueblos y en todo tiempo, a través de la riqueza de la diversidad histórica de satisfactores, satisfacer su sistema estructural integrado de necesidades materiales? Si las respuestas son afirmativas, resulta que tendríamos entonces un sistema de necesidades estructurales e integradas que permitiría y acompañaría el desarrollo histórico de la vida de la especie homo sapiens sapiens. Tendríamos entonces necesidades expresadas históricamente, sí, pero constantes universales y concretas. Y, asentados sobre ellas, tendríamos un sistema de valores estructurales, ni ‘a priori’ ni ‘a posteriori’, que permitiría mensurar y verificar la utilidad y las consecuencias de las acciones.
3 ¿Cómo se mide la verificación de la satisfacción de las necesidades de vida?
Cuando la ética del bien común se enfrenta con la pregunta: ¿cómo se calcula la utilidad y las consecuencias de las acciones? responde proponiendo una polaridad entre el cálculo de utilidad y la decisión en función del bienestar de todos. El cálculo de utilidad es interpelado e intervenido por la racionalidad reproductiva. Ahora bien es un cálculo no ‘iluminado’ ni ‘a largo plazo’:
“No se trata… de formular un cálculo de utilidad ‘a largo plazo’ o un cálculo de utilidad ‘iluminado’. El cálculo de utilidad es el cálculo del individuo autónomo, que en su lógica produce precisamente aquellas fuerzas compulsivas de los hechos que desencadenan el proceso colectivo de autodestrucción, al cual se enfrenta la acción solidaria”[11].
Sin embargo, limitándonos al ámbito económico en el que estamos, cuando la ética del bien común tiene que abordar la praxis económica se queda en cierto grado de abstracción y generalidad, con el riesgo de esterilidad, a la hora de concretar su ‘interpelación e intervención’ en el momento de la producción, circulación y apropiación de los satisfactores laborales. Por otro lado, es lógico este riego si, como hace la ética del bien común, se asume ‘apriorísticamente’ que no hay parámetros ‘a priori’ para mensurar la praxis económica.
¿Cómo se mide entonces la utilidad y las consecuencias de la praxis económica? Desde nuestro planteamiento, para medir la utilidad y las consecuencias de la praxis económica se hace necesario definir previamente lo que se entiende por utilidad. Por utilidad económica entendemos la satisfacción de las necesidades mediante el valor de uso vital de los satisfactores laborales. Habría que hacer notar aquí que la utilidad es más que la utilidad económica. Esta es una parte de aquella. Y que, del mismo modo, no todos los satisfactores son producidos por la praxis económica; esto es, no todos los satisfactores son satisfactores laborales. Un abrazo es un satisfactor afectivo, útil para la satisfacción de la necesidad afectiva, pero no se ha producido en la praxis laboral; no es un satisfactor laboral.
La utilidad concreta de un producto (de un satisfactor laboral) es entonces la satisfacción del ‘valor de uso’ laboral de ese producto como fuerza material para satisfacer necesidades humanas, y cuyo acceso o carencia decide sobre la vida (disponerlo) o la muerte (no disponerlo), y en consecuencia sobre el valor vital del producto[12]. La utilidad vital concreta del producto-satisfactor (su valor de uso) es la satisfacción de las necesidades de los pueblos de producir y reproducirse[13]. La ‘sustancia de valor’ es la fuerza de un producto de satisfacer necesidades humanas y de garantizar la reproducción de la vida real, dentro de un equilibrio sostenible de la división del trabajo[14].
A nuestro juicio, si la ética del bien común quiere poder medir la utilidad de un producto, de un satisfactor laboral, además de tener que definir la utilidad, —lo que no puede realizarse sin afrontar el sistema de necesidades en el que se concreta la vida de la especie humana—, tendrá que hacerlo en el marco del sistema económico socialista. Sabido es que el sistema económico capitalista entiende por utilidad —y verifica la medición de la misma— la obtención de beneficio económico en el mercado (realización y acumulación de capital). La satisfacción de las necesidades de vida de los pueblos no es la fuerza que empuja su praxis económica. El socialismo, por el contrario, sí tiene en la satisfacción de las necesidades de vida de los pueblos su orientación económica.
Ahora bien, para que el sistema económico socialista pueda medir y verificar la utilidad de un producto tiene que integrar y mensurar en la teoría del valor (o trabajo-valor) todo el contenido de la interacción productiva. En el análisis marxiano tradicional se ha mensurado únicamente el ‘tiempo de trabajo’. En esta línea se mantiene la propuesta del Socialismo para el XXI, de H. Dieterich. Para el autor, el valor objetivo de un producto servicio lo ofrece la cantidad de tiempo empleado en su producción. El valor de uso, sus otros componentes, no desempeña papel alguno en la determinación[15]. “Los principios del valor objetivo y de la equivalencia son indudablemente los ejes fundamentales de la economía justa del futuro”[16].
Sin embargo, a nuestro juicio, del trabajo también hay que mensurar la cualidad del mismo, y el movimiento o intensidad de la fuerza laboral. Además, como el proceso productivo es comunicación del trabajo con la materia naturaleza y materia naturaleza humana, no sólo hay que mensurar el trabajo, sino la cualidad estructural y fuerza de la materia naturaleza y materia naturaleza humana. Así se obtiene el valor de uso de un bien o producto, que tiene que ver con más magnitudes que el tiempo de trabajo[17].
La utilidad de la fase de producción de los satisfactores económicos estará en función del ‘metabolismo’ de las dos substantividades materiales naturaleza (naturaleza y naturaleza humana). Sabiendo que ambas materias, cada una en su modalidad propia, tienen el mismo fundamento estructural, podemos decir que la utilidad económica está en función de los tres parámetros (dimensiones) estructurales de la materia: (1º) La cualidad y cantidad material de los medios de producción y del trabajo comunitario vivo; (2º) La cualidad y cantidad material de la interacción (combustión) de ambos; (3º) La intensidad (fuerza) de la comunicación productiva entre ellas. Todos estos factores de producción están presentes en el análisis de K. Marx sobre la capacidad productiva del trabajo:
“La capacidad productiva del trabajo depende de una serie de factores, entre los cuales se encuentra el grado medio de destreza del obrero, el nivel de progreso de la ciencia y de sus aplicaciones, la organización del proceso de producción, el volumen y la eficacia de los medios de producción y las condiciones naturales”[18].
En primer lugar, la utilidad está en función de la cualidad y cantidad material de los medios de producción y del trabajo comunitario vivo. Es decir, la materia naturaleza, con su estructura (cualitativa y cuantitativa), esto es, la ‘tierra’, en su calidad y cantidad, con memoria material terrestre, va a condicionar el contenido del valor de uso (v.gr. una casa con estructura de ladrillo y cemento tiene más valor de uso que otra hecha de cartón). Del mismo modo, la utilidad está en función del trabajo comunitario vivo, en su calidad y cantidad histórica. Es decir, como trabajo comunitario que ‘resucita’ el trabajo histórico integrado en los medios de producción disponibles (v.gr. una casa cuyos cimientos se han hecho con buena maquinaria excavadora tiene más valor de uso que otra cuya cimentación se hizo con picos mochos).
En segundo lugar, la utilidad está en función del modo de la interacción espacio-temporal (organización) entre los medios de producción y el trabajo comunitario vivo. Este es el momento propiamente del ‘encuentro’. En el proceso de producción hay dos materias, con dos ‘espaciosidades y temporalidades’ involucradas. Por un lado, la espaciosidad y temporalidad de la ‘materia naturaleza’, y, por otro, la del trabajo[19]. En relación a éste, la productividad es fruto del tiempo de trabajo (v.gr. tendrá más valor de uso una casa que por su extensión ha necesitado 1 año de horas de trabajo, que otra, que por la misma extensión ha necesitado 6 meses)[20]. Pero la productividad no se puede reducir a la cuantificación del tiempo laboral empleado en la producción porque es más que eso. En primer lugar, la productividad es fruto también de la ‘calidad’ de la relación productiva de la ‘espaciosidad y temporalidad’ del trabajo comunitario vivo. Es decir, es fruto del espacio y del tiempo de vida del ser humano mediatizado como trabajador en la comunicación productiva. Como señala P. Miranda, “[d]e dos técnicos con exactamente la misma preparación el uno puede idear el invento y el otro no, al uno se le puede en un cuarto de hora ocurrir la solución de un problema determinado, y el otro puede pasarse años macheteando sin que atine con ella”.[21] Es decir, siguiendo con el ejemplo de la construcción de la casa, si los pilares se han edificado siguiendo las normas de la buena arquitectura, la casa tendrá más valor de uso que si los pilares se levantaron según el capricho del dueño. Y, en segundo lugar, la productividad es, además, fruto de la cualidad de la ‘espaciosidad y temporalidad’ de la materia naturaleza[22] (v.gr. una casa con buena orientación al mar y luminosidad en sus habitaciones, aunque se haya construido empleando el mismo tiempo de trabajo, iguales calidades de materiales y la misma calidad laboral, tendrá más valor de uso que otra que se edificó en un basurero).
En tercer lugar, la utilidad está en función de la fuerza de movimiento laboral; de la intensidad (velocidad) de la comunicación laboral (v.gr. la casa cuyos ladrillos se han fabricado en 3 minutos cada uno, tiene más valor de uso que aquélla en la cual los mismos ladrillos se tardaron 3 horas en fabricar).
Ahora bien, aunque hemos concretizado algunos parámetros que hay que tener en cuenta para poder medir y verificar la utilidad y las consecuencias de la praxis económica, las preguntas por el cómo se hace en concreto el mensuramiento y la verificación de la utilidad de los valores de uso siguen pendientes. Respondiendo sintéticamente diremos que el mensuramiento y verificación de la utilidad de los valores de uso laborales se mide a través del precio en el mercado socialista. Veamos este punto con algo más de detalle,
Los ‘satisfactores laborales’, como valores de uso, no valen únicamente para la satisfacción solipsista de una necesidad. También ‘valen’ para la satisfacción de las necesidades materiales de la vida de otros (porque la vida es siempre covida humana). Los satisfactores laborales tienen ‘valor de uso’ para la vida de los otros, sea para satisfacer las necesidades materiales de vida de otros productores, o para integrarse como medios de producción en otros procesos productivos laborales[23]. El valor de uso lleva en sí mismo el doble carácter de ‘valor de uso propio’, y ‘valor de uso para los demás’ (mercancía)[24]. En el momento de la circulación de la praxis económica, el ‘satisfactor-valor de uso’ entra como objeto de comunicación entre dos (o más) materias naturalezas humanas. Se abren las puertas a la ‘comunicación material mercantil’. Es la aparición y el fundamento del mercado. En la tradición marxista, algunos proponen eliminar el mal del mercado capitalista eliminando todo mercado, y poniendo en su lugar una sociedad de ‘productores libres’[25]. Sin embargo, una cosa es el mercado capitalista y otra el mercado. El mercado es el ámbito del intercambio de satisfactores que sirve a la satisfacción de las necesidades de vida de la comunidad. Y, en este sentido, el mercado es una mediación (una modalidad de mediación lingüística material) de la necesidad de comunicación material; una mediación tan fundamental, que es una mera ‘fantasía’, fácticamente imposible, pensar en una comunidad humana organizada sin mercado (ahora bien, entiéndase que con esta afirmación no proponemos el llamado ‘socialismo de mercado’, al estilo del capitalismo de Estado chino, o socialdemócrata, sino que nuestra propuesta lo que defiende es un mercado socialista o socialismo con mercado).
La mercancía es el satisfactor laboral con ‘valor de uso para otros’, que aparece en el mercado. Es decir, si el producto tiene un valor de uso para la satisfacción de necesidades materiales de producción y reproducción de la vida, esta satisfacción puede ser directamente personal (satisfacción directa en el consumo) o para otros, debido a la estructuración comunitaria del trabajo laboral (satisfacción mediata mercantil). En este segundo caso, el producto, en cuanto tiene la propiedad de ser un valor de uso ‘para otros’, es objeto de comunicación económica entre los miembros de los pueblos y entre los pueblos. El producto entra en el ‘mercado’, ahora ya, como mercancía. En la ‘mercancía’, aunque parte de “…lo que caracteriza visiblemente la relación de cambio de las mercancías es precisamente el hecho de hacer abstracción de sus valores de uso”[26], no desaparece el valor de uso concreto del satisfactor laboral. Para que un ‘satisfactor-valor de uso’ sea mercancía (encierre valor), siempre en el mercado socialista, ha de ser un satisfactor laboral que cumpla las siguientes condiciones: (1ª) Satisfactor fruto del trabajo; (2ª) Intercambiable en el mercado voluntario de equivalentes (compra-venta); (3ª) Con poder material para la satisfacción de las necesidades de vida de otro, no las propias[27].
En el mercado, la mercancía aparece encarnando abstractamente su ‘valor de uso vital’. Un valor que integra ciertamente el tiempo de trabajo. Para Marx, éste era el único parámetro que permitía la conmensurabilidad de las mercancías. Sin embargo, la mercancía en el mercado, en su ‘valor de uso vital’, no puede hacer abstracción de los otros componentes que la alumbraron (propiedades materiales de la misma) en cuanto integrantes esenciales del satisfactor de necesidades materiales de vida. Y, de hecho, así ocurre en la práctica, por más que se haya empeñado una política económica que toma sólo al tiempo de trabajo como criterio de fijación del valor y de los precios. Pues bien, el satisfactor económico laboral, que lleva en sí un valor de uso objetivo que se resiste a toda subjetivación, entra en la circulación económica del mercado como satisfactor de necesidades materiales de vida (mercancía) de los miembros del los pueblos. Entonces, la objetividad de los valores de uso de los satisfactores laborales son ‘valorados’ por la subjetividad de los pueblos en función de un determinado: (1º) Grado de ‘conocimiento’ del poder del satisfactor respecto a la satisfacción de las necesidades; (2º) Grado de urgencia en el modo espacio-temporal de satisfacción de determinadas necesidades material de vida; (3º) Grado de intensidad en la satisfacción de las mismas. Como resultado de esta comunicación económica material en el mercado, el satisfactor, en cuanto mercancía, adquiere un ‘precio’.
El precio de la mercancía tiene un componente objetivo y otro subjetivo. Pretender objetivizar todo el precio es una imposibilidad fáctica. Un empeño que se ha intentado en la planificación central del socialismo real sin mercado, y que algunos socialistas proponen como posible en la planificación perfecta de un socialismo cibernético. Pero, por otro lado, pretender la subjetivación completa de los precios (la mera ley de la oferta y la demanda capitalista) es ‘desmaterializar’ la objetividad del trabajo vivo del trabajador y de la materia naturaleza. Dada esta interrelación entre los componentes subjetivos y objetivos del precio, en un mercado socialista el precio es un medio indirecto aproximado de mensurar el ‘valor de uso comunitario’ de los satisfactores laborales. El precio en el mercado socialista, aunque no necesariamente, puede ayudar a mensurar indirectamente los otros parámetros del satisfactor laboral que no son el tiempo de trabajo. Parámetros, que como K. Marx observó, son difíciles o imposibles de mensurar a priori. Esto no quiere decir que en el mercado socialista no pueda haber una fijación directa de precios o márgenes de fluctuación de los mismos. Está claro que una planificación económica orientada por la vida de los pueblos tiene que hacerlo (v.gr. satisfactores de necesidades urgentes, por razones estratégicas de política económica, etc.). Lo que queremos indicar es que este recurso de política económica no debe eliminar al mercado socialista. Sin embargo, ¿con qué criterios interviene el Estado en la regulación de precios si no tiene claro el sistema integrado de necesidades de vida de su pueblo? De ahí la insistencia que hemos expresado en profundizar en el sistema de necesidades materiales que Marx ya indicó en los Grundrisse.
[1] Hinkelammert, F. J.; Mora, H., Coordinación social del trabajo, mercado y reproducción de la vida humana. Preludio de una teoría crítica de la racionalidad reproductiva (San José [Costa Rica]: DEI, 2001) 22.
[2] Ibid., 24; 21-25.
[3] Ibid., 227. Nota 1.
[4] Ibid., 230.
[5] Ibid., 359.
[6] Ibid., 358. Nota 4.
[7] Molina, C., ¿Cuál es el problema con el cálculo de utilidad? Grupo Pensamiento Crítico (El Salvador, enero 2009). http://www.pensamientocritico.info/.
[8] Marx, K., Elementos fundamentales para la crítica de la economía política (Grundrisse) 1857-1858 vol I (México: Siglo XXI, 197810) 66; 85; 208; 361; ID., vol II (México: Siglo XXI, 200613 )17.
[9] Hinkelammert, F. J.; Mora, H., Coordinación social del trabajo, mercado y reproducción de la vida humana, o. c., 24; 21-25.
[10] Salamanca, A., Filosofía, Política y Derecho de la Revolución (México: Universidad Autónoma Metropolitana, [Tesis Doctoral en Filosofía Política], 2008), Apéndice.
[11] Hinkelammert, F. J.; Mora, H., Coordinación social del trabajo, mercado y reproducción de la vida humana, o. c., 324-325.
[12] Ibid., 42.
[13] Ibid., 228.
[14] Ibid., 232.
[15] Dieterich, H. (et el.), El fin del capitalismo global. El Nuevo Proyecto Histórico (México D. F.: Océano, 2000) 81.
[16] Ibid., 83; H. Dieterich propone un paradigma del Socialismo del Siglo XXI como ‘socialismo cibernético’, en línea con los trabajos de la Escuela de Escocia, representada por Paul Cockshott y Allin Cotttrell, con inspiración en Robert Owen y la informática; y la Escuela de Bremen, inspirada en el inventor de la computadora, Konrad Zuse y Arno Peters. H. Dieterich entiende que la economía social es un problema de información y decisión democrática. Su propuesta consiste en sumar: valor, equivalencia de valores, cibernética, democracia participativa, educación y redistribución, Dieterich, H., Hugo Chávez y el Socialismo del Siglo XXI (Caracas: Monte Ávila Editores, 20072) 194-215.
[17] Hinkelammert, F. J., Mora, H., Hacia una Economía Para la Vida, o. c., 233.
[18] Marx, K., El Capital, v. I (México: FCE, 1973) 7.
[19] Ibid., 384; 384-390.
[20] Si es un hecho indiscutible que K. Marx, como veremos, descubrió perfectamente la transformación del ‘producto del trabajo’ (valor de uso) en mercancía, y la transformación del trabajo concreto en trabajo abstracto, sin embargo, su análisis “no es tan contundente en cuanto a la transformación fundamental, la del tiempo [espacio] de vida en tiempo de trabajo, a pesar de que su teoría de valor presupone esta transformación”, Hinkelammert, F. J., Mora, H., Hacia una Economía Para la Vida, o. c. 391.
[21] Ahora bien, que la teoría del valor marxiana necesite ser completada, no significa, como afirma P. Miranda, que sea insalvable o conduzca a ninguna parte. Miranda, P., Racionalidad y democracia, o. c., 130.
[22] Hinkelammert, F. J., Mora, H., Hacia una Economía Para la Vida, o. c., 65; 75, nota 17.
[23] Cfr. Hinkelammert, F. J.; Mora, H., Hacia una Economía Para la Vida, o. c., 67.
[24] Ibid., 72-73.
[25] Ibid., 245.
[26] Marx, K., El Capital, v. I (México: FCE, 1973) 5.
[27] Hinkelammert, F. J., Mora, H., Hacia una Economía Para la Vida, o. c., 365-366.
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